El grupo de las excusas
Una de las experiencias más frustrantes en el ministerio es ver cómo la gente se aleja de la iglesia. Estoy hablando de personas que no dejan de ser miembros y que ni siquiera enfrentan algún problema con el pastor, sino que simplemente desertan.
Recientemente, junto con un joven llamado Daniel preparamos una lista de personas que solían asistir a la iglesia y a la escuela dominical, pero que habían dejado de venir. Anotamos 150 nombres. Tomando en cuenta que la membresía de la iglesia llega tan solo a 127 y la ciudad tiene 1100 habitantes, la lista resultaba bastante llamativa.
Nos preguntamos, entonces: ¿Qué deberíamos hacer para recuperarlos? ¿Cómo eliminaríamos los obstáculos para que regresen? ¿Será posible que puedan ser activos de nuevo? ¿O deberíamos olvidarlos y buscar «carne fresca»?
A continuación, a Daniel se le ocurrió una idea que, en tan solo cinco semanas, logró que un gran número de miembros inactivos regresaran a la iglesia. La escuela dominical de jóvenes se triplicó, y los cultos de adoración se han renovado gracias a su regreso.
Baja presión
Daniel sugirió que desarrolláramos una clase de escuela dominical específica para los miembros inactivos (un estudio bíblico o cualquier otra reunión puede funcionar también). Tendría una duración de solo cuatro semanas y una función específica: contactar a aquellos que se habían alejado, ayudarlos a identificar y eliminar los obstáculos que les impedía regresar y, en lo posible, recuperarlos para que luego se unieran al grupo general.
Daniel era el líder indicado para esta tarea: ha permanecido activo en la iglesia desde sus comienzos y, lo más importante, dirige una tienda local de comestibles y conoce prácticamente a todos en la ciudad. En lugar de dar la clase en la iglesia, decidimos facilitarla en una tienda cercana, para que la sintieran lo menos amenazante posible.
Les enviamos invitaciones personales a cada uno de los candidatos de la lista. La carta de invitación explicaba que daríamos comienzo a una clase especial para todos aquellos que, así como ellos, habían «perdido la costumbre» de asistir a la iglesia o a la escuela dominical. También mencionaba que Daniel, a quien conocían, llevaría adelante la clase; que no sentirían presión alguna (a nadie se le pediría que orara o leyera en voz alta), y que el grupo se reuniría solo en cuatro ocasiones y luego se unirían a la clase de escuela dominical general.
El primer domingo, asistieron diez personas. Vino Tomás, por ejemplo, un constructor local que asistía al culto de adoración, pero nunca a la escuela dominical. También se acercó la familia Llerena, que nunca antes había asistido a la iglesia. También participó María, una cristiana brillante que simplemente había perdido la costumbre de congregarse.
La primera clase fue muy informal y no se dio ninguna lección. En su lugar, se desarrolló un debate en el que todos se animaron a compartir por qué habían abandonado la iglesia. Las razones iban desde «el domingo es nuestro día libre» a «no me agradan algunas personas». Dormirse muy tarde, un mal hábito, sentirse culpable por no haber ido durante tanto tiempo y en consecuencia temor a enfrentar el primer día de regreso, falta de necesidad y miedo a los extraños surgieron como algunos de los motivos por los que no se mantenían activos. A medida que se desarrollaba el debate, se les ocurrió que sería divertido nombrar al grupo: «El grupo de las Excusas». ¡Ahora contaban con una identidad y algunos amigos en común!
Mucho tacto al momento del reingreso
Los pequeños detalles volvieron más sencillo el reingreso. Las sillas estaban dispuestas en círculo, y había menos cantidad de la necesaria. Cuando había que traer más sillas, el grupo se sentía animado: «¡seguramente hay muchos más como nosotros!» Había copias del boletín y de los reglamentos a su disposición, y se describían los diversos ministerios de la iglesia, en especial aquellos para niños. No se le pidió a nadie que orara en público. En vez de eso, al finalizar, cada uno anotaba su nombre en un papel y luego lo intercambiaba con alguien más, que oraría por su vida durante la semana. Por último, alentábamos a los miembros del grupo para que asistieran la próxima semana y que trajeran con ellos a otro con «buenas excusas».
Entre reunión y reunión, les enviamos notas agradables y divertidas a todos los que habían participado, felicitándolos por sus logros y animándolos a seguir asistiendo. De nuevo enviamos invitaciones a los que todavía no habían asistido. Las segundas invitaciones contenían la información de la primera, y también mencionaban que como la primer reunión había sido tan provechosa, la siguiente sería aún mejor y que todavía estaban a tiempo de participar.
Cada semana, se sumaban nuevas personas para formar parte del grupo «de las excusas». El primer domingo eran diez y ya la semana siguiente eran trece o catorce. A veces, algunos no asistían una semana, pero otros tomaban su lugar. En total, concurrieron veintiséis personas inactivas. En un principio, pensamos que una respuesta del diez por ciento (alrededor de quince personas) sería un éxito. Terminamos con casi el veinte por ciento de asistencia.
La integración de los dos grupos
A medida que pasaron las semanas, los debates (todavía muy relajadas y lejos de las lecciones típicas de la escuela dominical) pasaron a abordar del motivo por el cual «las excusas» no asistían a la iglesia, a interesarse por lo que hacía el grupo general de la escuela dominical. En ese momento, el grupo de jóvenes de la iglesia estaba estudiando la vida de Moisés, con énfasis en la aplicación práctica. Daniel daba lecciones breves que cubrían tres o cuatro lecciones a la vez para que el grupo de inactivos pudiera llegar al mismo nivel. También les daba el material que estaban utilizando en la escuela dominical, de manera que cuando se unieran al grupo principal, pudieran encajar.
Planificamos una reunión especial un domingo antes de que los dos grupos comenzaran a reunirse juntos para que compartieran un tiempo. El objetivo de la reunión era que los miembros de ambas clases tuvieran la oportunidad de conocerse, y así, eliminar la última excusa.
Jugamos a «gana, pierde, o dibuja», y nos aseguramos de que los dos grupos se mezclaran en los equipos. Las amistades antiguas se restablecieron, y consiguieron formar nuevas amistades. El clima era de risas y alegría; también observamos mucho amor y aceptación. Lo que resultó emocionante fue que el grupo de los inactivos tomó la delantera. Superaban en número a los que asistían regularmente a la iglesia. Más de una vez, alguno de los que había decidido volver a asistir le agradeció a Daniel por esa iniciativa.
Resultado
Muchos de los miembros inactivos comentaban entre sí que estaban listos para participar de nuevo, y así lo hicieron casi todos. De hecho, cuando los dos grupos se reunieron por primera vez el domingo siguiente, el grupo era tres veces más grande. Incluso ahora, cinco meses más tarde, la clase sigue siendo el doble de cuando comenzó.
Ya estamos pensando en el próximo año. Iniciaremos la clase del «grupo de las excusas» en primavera, ya que en verano, solo se suman excusas para los «grupo de las excusas». Pensamos seleccionar un tema de estudio más relevante para ellos que la vida de Moisés.
Mientras tanto, algunos miembros del primer grupo han aceptado a Cristo, y otros han renovado su compromiso y ya participan activamente de los ministerios de la iglesia. Todavía me maravillo cuando veo a Tomás ayudar a liderar a los jóvenes, o a María cuando visita a los enfermos.
En el pasado, cuando hablábamos de atraer a los miembros inactivos, la iglesia no hacía más que dar excusas. Ahora, me alegra compartir, muchas de las «excusas» asisten a nuestros cultos.
Se tomó de Leadership Journal, enero 1989, © Christianity Today International. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso.
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